Ni siquiera era capaz de entender aquellos horribles sentimientos que jugaban divirtiéndose en mi pecho mientras oprimían mi alma. Era una tortura, un desconsuelo punzante. Traté que desapareciera esa sensación de un millón de formas, pero las heridas solo empeoraban.
Me convirtieron en un simple bicho raro con el que poder entretenerse en los insufribles ratos de instituto. Los dolorosos recuerdos me cegaban, me dejaban sin respiración.
Ya era demasiado tarde. Nadie podía salvarme.
El instituto no es lo que parece, sus muros esconden más secretos de los que os podéis imaginar.
¿Estáis preparados para descubrirlos?
No era consciente ni de dónde estaba; personas distorsionadas, como sombras volátiles y descoloridas, danzaban sin razón delante de mí por el oscuro andén de la estación de Moncloa.
Había llegado el momento. Debía levantarme del banco y entrar en uno de los vagones de ese metro que estaba a punto de llegar, pero no conseguía que mi cuerpo respondiera. Estaba entumecido, dolorido, sin vida. Ni siquiera era capaz de entender aquellos horribles sentimientos que jugaban divirtiéndose en mi pecho mientras oprimían mi alma. Era una tortura, un desconsuelo punzante. Hice todo lo que pude. Traté de que desapareciera esa sensación de un millón de formas, pero las heridas solo empeoraban. Me visualizaba cayendo en un pozo demasiado profundo, demasiado oscuro. Ya era demasiado tarde. Nadie podía salvarme.
A mi alrededor, únicamente veía rostros grotescos, monstruos y demonios que querían torturarme. Fue imposible contener por más tiempo las lágrimas. Estaba perdida, nada tenía sentido, y lo peor era creer que ya nada nunca lo tendría. Podía esforzarme, sí, pero ¿para qué? Estaba convencida de que siempre me iba a suceder lo mismo. En cualquier lugar, en cualquier momento, encontraría a alguien que quiera tratarme como a un juguete.
Me convirtieron en un simple bicho raro con el que poder entretenerse en los insufribles ratos de instituto. Los dolorosos recuerdos me cegaban, me dejaban sin respiración. No podía más. ¿Qué sentido tenía soportar todo eso? Ninguno.
De repente se escuchó el: «Va a efectuar su entrada en la estación» y toda esa gente empezó a acercarse a la línea amarilla que parecía delimitar el viaje. El viaje a continuar con la vida o el de ponerle fi n si la traspasabas antes de tiempo.
No recordaba cuándo había sido la última vez que me había interesado algo de verdad. No me preguntes cómo, pero, de algún modo conseguí imitar a aquellos entes que se acercaban a la tangente amarilla.
¿Por qué tenía que hacer de nuevo aquel endiablado recorrido? Estaba cansada, harta de hacer siempre lo que se suponía que tenía que hacer. Un robot, me había convertido en un aparato sin alma, rota por dentro, vacía y sin esperanza. Nadie, yo no era nadie, no era importante, era una mota insignifi cante que solo estorbaba ¿Por qué había nacido? Si Dios existía, ¿para qué me había traído a este mundo, falso y cruel? ¿Era divertido ver cómo me destrozaban? ¿Cómo se comían mis entrañas y las escupían sin reparos? Era muy injusto.
Llegué hasta la línea, pero no me detuve. Estaba hipnotizada, perdida en aquel mundo devastador que se había formado en mi cabeza. Sollozaba mientras observaba las vías bajo mis pies. No podía más, necesitaba que ese estrepitoso dolor en mi corazón parase. No valía para seguir viviendo así, no me veía capaz.
Una siniestra idea se formaba rápidamente en mi interior. Si dejase de respirar, si acabase con mi frustrante existencia, ¿le importaría a alguien? Seguramente no. La tierra no pararía, todos seguirían con sus vidas. Puede incluso que desaparecer fuese lo mejor: Mis padres no estarían constantemente preocupados y no tendrían por qué renunciar ya a nada más por mi culpa; amigos ya no tenía, así que a nadie le dolería mi ausencia; con respecto a los que me habían convertido en aquella sombra marchita, enseguida encontrarían otra víctima con la que poder divertirse.
Todo eran ventajas, directamente el mundo habría sido mejor si yo no hubiera entrado en escena.
Nidia Represa Martínez (Madrid, 1993) estudia en la actualidad el grado de Psicología en la Universidad Camilo José Cela de Madrid y sus aficiones principales son: la lectura, los deportes, el dibujo y la ayuda a todas las personas que lo necesitan.
Escribió su primer cuento con tan sólo tres años y cursando educación primaria su relato Una profesora llamada Naturaleza fue seleccionado para participar en uno de los concursos literarios de Coca-Cola. Posteriormente volvió a concursar con una historia familiar basada en un hecho real titulado Lucha por vivir en el club de escritura Fuentetaja.
Actualmente tiene un espacio cultural en el programa de radio Mitomanía junto a su hermana, es voluntaria de Cruz Roja española y fundación MHG, administra un blog y un canal literario en www.nidiaenlared.blogspot.com y es una de las colaboradoras del blog La piedra de Sísifo.
Bajo mi piel es un libro que nace como medio de liberación y ayuda para todas aquellas personas que sufren acoso y ciberacoso. Nidia comparte sus experiencias emocionales para que los lectores puedan empatizar y ponerse en la piel de una persona que está atrapada en esta situación.
Muchos profesores creen que son bromas sin importancia, cuando detrás se esconde el acoso
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